© Juanca Romero
Viajar hasta el continente africano siempre se convierte en una experiencia irrepetible, en un cúmulo de vivencias elevadas al grado superlativo. El universo africano no puede resumirse en un puñado de letras más o menos bien apiladas; no se escribe, no se describe, simplemente se siente. Como hacemos de vez en cuando, nos vamos de viaje en busca de lo insólito, y en esta ocasión nuestro destino lo fijamos en Etiopía, concretamente en Lalibela –norte del país-. En el Aeropuerto de Madrid Barajas todo eran sonrisas en los instantes previos al inicio del viaje.
Por delante casi 13 horas de avión con la pertinente escala en el aeropuerto alemán de Frankfurt, para seguidamente continuar el viaje hasta Addis Abeba, capital de Etiopía que tiene un aeropuerto -Aeropuerto Internacional Bole- moderno y mejor equipado de lo que a priori uno pueda pensar guiado por algunos enraizados prejuicio. Permítame que haga una anotación: volar con una compañía como Lufthansa se convierte en una agradable experiencia de la que deberían tomar nota las compañías españolas. Al llegar a la ciudad, los contrastes se apoderan de todo el ideario pre concebido; grandes avenidas y edificios de importante envergadura, se entremezclan con pequeñas edificaciones suburbiales y el inmenso caos en el tráfico.

Decidimos alojarnos en un hotel durante dos días para descansar del largo viaje y para preparar nuestro plan de viaje en busca del destino fijado; visitar el conjunto monumental de las iglesias talladas en la roca, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978. Alquilamos un coche de apariencia nada sospechosa de ser antigua, y a las cuatro y media de la madrugada iniciamos el recorrido de casi 700 kilómetros en dirección norte. Tras once horas de camino y las pertinentes micro paradas para cubrir las necesidades fisiológicas y comer en algunos pequeños puestos ambulantes al margen de la carretera, llegamos al Hotel Lal, una especie burbuja europea que recibimos con el cuerpo molido y muchas ganas de descansar.
El conjunto monumental de las iglesias constituye el principal exponente de la Dinastía Zagüe –actualmente quedan muy pocos restos-. Lalibela fue la capital de esta dinastía. Está formado por un grupo disperso de templos que en su mayoría están unidas a la roca, ya sea por alguna de sus paredes o directamente por el techo. Todas las iglesias están enlazadas por un entramado de túneles y pasadizos a ambos lados del río Jordán, y lo primero que llama la atención, es la simbología cristiana en medio del ecosistema africano. El lugar fue concebido para que su distribución tuviese relación de forma simbólica con la Tierra Santa, y en el podemos encontrarnos una imponente cruz monolítica que sirve para establecer el punto de partida del recorrido de los peregrinos.

Si trazamos líneas de conexión sobre el terreno, nos encontramos al norte las iglesias de Biet Medhani Alem (Casa del Salvador del Mundo), Biet Mariam (Casa de María), Biet Mascal (Casa de la Cruz), Biet Mikael (Casa de San Miguel), Biet Golgotha (Casa del Gólgota) y Biet Denagel (Casa de las Vírgenes Mártires). Al sudeste están la Casa de Gabriel y Rafael, y la de Emmanuel. Pero si hay una que sorprende por su elevado grado de conservación, esa es Biet Giorgis o Casa de San Jorge. Al llegar allí, lo primero que nos cuenta nuestro guía local es la leyenda que habla del origen de la construcción del templo. En tiempos en los que el Rey Lalibela casi había finalizado la construcción de todas las iglesias, fue reprendido en persona por el mismísimo santo patrón de Etiopía –San Jorge-, quien se apareció ante el rey, recubierto por su armadura y a lomos de su caballo blanco. El santo estaba enfadado porque al parecer el rey había olvidado construir una iglesia en su honor. Ante aquella reprimenda, el Rey Lalibela le prometió construir la iglesia más hermosa de todas, un templo tan bello, que no sería comparable con ningún otro construido sobre el planeta. Y así, de este modo, fue el propio San Jorge quién supervisó la construcción.
Me resulto sumamente llamativo el afán de los monjes del lugar por mostrarnos, las que según sus postulados, las huellas de los cascos del caballo del santo, siendo según ellos, prueba esta para demostrar la presencia de San Jorge en el lugar. Bet Giorgis está formada por una estructura monolítica, con una planta cruciforme, mucho más llamativa cuando la observas desde una cota más alta. La iglesia está incrustada en un impresionante foso, con un llamativo color rojizo de la roca y unas grandes manchas de color amarillo que se diseminan por la totalidad de su fachada. Justo antes de la hora de comer, pudimos ver unos orificios excavados en la gran pared vertical cercana, cavidades en las que se pueden ver a grupos de hombres rezadores en busca de la paz espiritual; en algunas de estas cavidades se pueden ver los restos óseos de fieles que tiempo atrás, peregrinaron desde Jerusalén hasta estas tierras. Es impresionante acceder hasta los pies del gran templo a través del entramado de pasadizos, casi laberínticos.

Está incrustado a 12 metros de profundidad, como una impetuosa raíz de la propia Madre Naturaleza, y se hace extraño ver la parte más alta de la “Casa de San Jorge” justo a ras del suelo que pisamos; ¡una enorme edificación construida por debajo del nivel del suelo! A pesar de que nos hubiésemos quedado días enteros en aquel punto geográfico, recogimos nuevamente nuestras parcheadas mochilas y tomamos rumbo hacia Biet Medhani Alem, la más amplia y alta iglesia de todas las que hay registradas, y con casi total seguridad, la mayor iglesia monolítica de todo el mundo. Es una reproducción bastante aproximada de la catedral de Santa María de Sion de la ciudad de Aksum (templo ortodoxo etíope), que fue destruida por los invasores musulmanes en 1535. Esta iglesia está dividida en cinco zonas o naves. En su interior se encuentra la Cruz de Lalibela.
Resulta todo un enigma pisar suelo santo a tantos kilómetros de distancia respecto a la Tierra Santa de Oriente Medio, encontrar el significado y la significancia de la auténtica Fe cristiana en pleno corazón de África. Lalibela es uno de esos lugares que supura claves incomprensibles para el visitante de pulserita con todo incluido y guías de viaje tipo estándar. Lalibela, sin duda alguna, esconde los códigos para comprender gran parte del mismísimo origen del cristianismo; están ahí, simplemente hay que dejar que ellos te encuentren.
Mientras viajábamos en el vuelo de regreso, sentí como un pedazo de mí se había quedado incrustado en la rojiza piedra de aquellos valles. Nunca he tenido claro el concepto de la Fe, que alcance puede tener esa palabra en ocasiones tan denostada, pero si debemos darle autenticidad, gran parte de mi Fe se quedó en las calientes arenas de Lalibela, allí donde las respuestas se muestran en busca de las preguntas adecuadas.