Señales del más allá

2020 © Santi García (Arqueólogo y escritor)

En esta ocasión os traigo una experiencia ocurrida a Magdalena Espejo Solano, natural de Cartagena y que he creído que debéis conocer. Magdalena es una persona bastante sensible y en ella he podido comprobar cómo a lo largo de nuestra vida lo oculto pasa en ocasiones por delante de nosotros sin darnos cuenta. El testimonio de Magdalena es de gran valor a la hora de explicar el hecho de que existen entidades que contactan con nosotros desde una temprana edad con el fin de estar cerca de nosotros bien para jugar, para protegernos o simplemente para volver a sentirnos una vez más.

Esta aventura la vivió nuestra amiga a los 5 o 6 años de edad, hecho que lo recuerda perfectamente porque por entonces solía comentar con sus familiares aspectos relativos a su próxima comunión.

El lugar donde ocurrieron los hechos era la casa de sus abuelos paternos, en una zona rural – Campo de Nuba – y la vivienda, muy antigua, era conocida como La Casa de Los Pérez, en donde al parecer habían nacido su abuela, su padre y sus tíos.

Estando allí comenzó a jugar con su hermano corriendo por todo el recinto hasta que éste cae y se hace daño, con lo que su madre se lleva al pequeño a curar las heridas y Magdalena continúa “investigando” por su cuenta. En ese periplo llega a una pequeña habitación muy oscura y con un pequeño halo de luz que dejaba saber si era de día o de noche; la habitación eran oscura, recubierta de madera y sombría.

Para evitar tropezarse fue tanteando con las manos hasta que tropezó con lo que parecía una mecedora. Cuando fue a sentarse notó que el pelo se le quedó enganchado en algo y que por más que tiraba no conseguía soltarse. De un tirón pudo hacerlo y fue corriendo a decírselo a su madre porque tenía miedo de que se hubiera hecho algo en el pelo a pocas fechas de su comunión.

Su madre, extrañada, la llevó a esa sala y cual fue su sorpresa cuando al abrir la puerta no había nada –  ni mecedora –  con lo que el pelo pudiera engancharse.

Pasada la comunión de nuestra protagonista volvieron a esa casa para acompañar a su padre en las labores de mantenimiento de varios árboles frutales; mientras los mayores trabajaban la pequeña Magdalena aprovecho para seguir buscando por la casa. Regresó a esa pequeña habitación y en esta ocasión pudo ver lo que había con más detalle: una cama antigua con un gran crucifijo encima. La madera era oscura y de formas redondas. Muy cerca había una mesilla con un reloj de mano parado; cerca de la cama había también un baúl el cual quiso abrir. Cuando estaba abriendo la tapa alguien le tiró del pelo; notó una mano que se apoyaba en su hombro y otra que le tiraba del mechón de pelo. Se giró rápidamente pensando que era su hermano, dispuesta a regañarle, pero detrás suya no había nadie.

A los dos años regresa a la casa pues había salido un comprador. Ayudando a sacar bolsas volvió a esa habitación para sacar lo que había en el baúl. Estando allí notó un olor a quemado que salía del propio baúl y soltó la tapa para ir a avisar a su madre. Justo en ese preciso instante nota como alguien le coge de la goma que llevaba en el pelo y le da un fuerte tirón.

Pasó bastante tiempo hasta que pudo contárselo a su madre, quien le dijo que no le diera importancia pero que nunca se lo contara a su padre.

De entre lo que sacaron de la Casa de Los Pérez estaban unos documentos de sus abuelos paternos que correspondían con el libro de familia de ellos, en donde se veía que se habían casado en 1.912 y que habían tenido 11 hijos, de los cuales Magdalena sólo tenía constancia de 8.

Uno de los pequeños había muerto en la cuna a los 3 meses de vida (tal vez de muerte súbita) y otro murió al nacer. El tercer niño desconocido correspondía a una niña, María de la Paz, que además fue la primera en nacer y vivió 4 años, había nacido antes de que sus abuelos se casaran (1.911) y murió en esa casa, en esa habitación en un pequeño incendio provocado por el fuego del hogar, que en un primer momento se encontraba en ese lugar en donde a Magdalena le habían tirado del pelo hasta en tres ocasiones diferentes. Al parecer, su abuela dejó a la pequeña durmiendo en una mecedora cerca del fuego mientras salió a realizar unas cosas a la calle. Cuando la mujer regresó a la vivienda la pequeña estaba abrasada y había muerto. Nunca se supo lo que había pasado y siempre fue un asunto prohibido en su casa. Tal vez María del Pilar sólo quería estar con su sobrina una vez más…

La totalidad del contenido de este artículo/reportaje pertenece y es responsabilidad exclusiva de su autor.

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